Roberto Saenz
“El punto en que se detiene finalmente el fiel de la balanza, en el mundo real, dentro de la amplia escala que separa la utopía de la distopía, no viene determinado por condiciones objetivas. Estas últimas no son más que los parámetros entre los cuales han de proceder las luchas de clases e intersecciones. Los grandes cambios en el ámbito de la política gubernamental vienen determinados sobre todo por la lucha social en el contexto de las circunstancias imperantes” (Gilbert Achcar, “Crisis global. ¿Auto extinción del neoliberalismo? ¡Ni lo sueñes!”, Viento sur, 27/04/20)
Se ha dicho ya que la actual crisis mundial de la pandemia encierra, en realidad, dos o tres crisis en una: la crisis sanitaria mundial y la crisis económica internacional, en pleno despliegue.
En realidad, la actual crisis encierra tres crisis porque tarde o temprano, inevitablemente, vendrá el despliegue socio-político de la actual pandemia, es decir, su traslado al terreno de la lucha de clases.
En esta nota nos queremos referir, entonces, a los desarrollos que hemos abordado menos en estas páginas que tienen que ver con la especificidad de la crisis económica en curso –sobre todo nos detendremos en este punto- y sus consecuencias políticas.
Al comienzo de la crisis pandémica, lógicamente, los análisis provenientes de los estudiosos marxistas de la biología tomaron la delantera y fueron los más sustanciosos. Sin embargo, con el tiempo, a partir del desencadenamiento de los hechos, los análisis económicos comienzan a hacerse más interesantes, y más concretos también.
Estamos confrontados frente a una crisis exponencial; una crisis cuyos multiplicadores son inéditos y se desenvuelven en toda una serie de planos que son difíciles de anticipar (no es casual que los análisis más catastrofistas estén a la orden del día1).
Por nuestra parte, no nos interesa perder la medida de las cosas sino evaluar los desarrollos en sus alcances justos; nuestra preocupación no es tanto “filosofar” sobre la crisis sino llevar a cabo el análisis los más rigurosamente materialista que nos sea posible, en esta oportunidad haciendo un somero repaso de sus desenvolvimientos económicos2.
¿Hacia una depresión económica?
Lo primero que queremos desarrollar aquí son los elementos específicos de la crisis económica en curso. Desde el vamos existe una dificultad vinculada a que el entrelazamiento entre el evento pandémico y la crisis económica es tal que en la medida que la crisis sanitaria no esté resuelta, la crisis económica no dejará de ser un factor dependiente de ella.
Esto nos coloca un primer elemento de análisis. Muchos analistas, incluso marxistas, insistieron al comienzo de los desarrollos que la crisis económica “venía de antes” (Roberts); que las fragilidades de la economía mundial ya adelantaban la posibilidad de una recesión.
Con ser esto verdad, se trata de un análisis sesgado y, por lo tanto, unilateral. Esto en la medida que sería un error economicista perder de vista que un evento “externo” como lo es la actual pandemia, puede “tranquilamente” afectar la economía.
La economía capitalista no es un orden de determinaciones absolutamente “cerrado” frente al cual determinaciones provenientes de otras esferas del todo sociales, no vayan a afectarla. Por ejemplo, está el caso probado que finalmente fue la II Guerra Mundial la que terminó sacando al mundo de la Gran Depresión de los años ‘30.
Desde ya que aquellos “factores externos” se combinan con los elementos de racionalidad propios de la economía. En el caso señalado, el hecho que la combinación de la destrucción de capital fijo por la guerra misma, la caída del valor de la fuerza de trabajo y la producción para la guerra –incluyendo en esto todos sus avances tecnológicos- sirvieron como elementos para relanzar la económica.
Pero atención que la guerra imperialista como tal, aunque conjugara razones tanto económicas como políticas e ideológicas, no fue un evento económico sino militar.
Por las mismas consideraciones tenemos ahora el impacto de la pandemia, un evento sanitario global del capitalismo, que impacta sobre la economía mundial agravando todos los problemas que la misma venía arrastrando: “(…) es insostenible seguir afirmando (…) que la irrupción del Covid-19 no agregó nada a lo que ya estaba ocurriendo” (Rolando Astarita, “Recesiones y recuperaciones en la economía global 1950-20193).
Y esto nos lleva, entonces, al tipo de crisis económica internacional que se ha desencadenado. Cada crisis tiene sus características específicas y podríamos decir que esta es inédita en más de un sentido: una crisis que se origina -o multiplica- a partir del párate económico de conjunto que significa el confinamiento –¡de ahí que las cuarentenas han sido tan criticadas desde la derecha!4: “La crisis actual combina una crisis sanitaria y una crisis económica a escala mundial. Y la interacción entre estas dos dimensiones de la crisis puede desencadenar un ciclo específico que alterne frenazos y aceleraciones en medio de una trayectoria recesiva” (Michel Husson, “Salida a la crisis ¿Repunte o caída?”, viento sur, 03/05/2020).
Es decir: hay todo tipo de manifestaciones fenoménicas de las crisis que tienen, todas ellas, en el fondo, su base en una caída de las ganancias empresarias. Sin embargo, la manera de manifestarse de esto, el epifenómeno que desencadena la crisis, puede ser un crash en las bolsas mundiales, una disfuncionalidad en materia de las finanzas, una crisis desencadenada por sobreproducción, dificultades de realización en materia de consumo, o, más bien, una combinación de todos estos factores.
Sin embargo, que sepamos, jamás se desencadeno una crisis por un párate explícito de la economía como decisión política impuesta por las circunstancias tal cual el actual confinamiento. Y, menos que menos, a la escala del evento mundial que estamos viviendo cuando una pandemia se abate sobre 7000 millones de almas: “Actualmente, las medidas de confinamiento afectan a casi 2700 millones de trabajadores y trabajadoras, es decir alrededor del 81% de la mano de obra mundial: esta crisis no se parece a ninguna otra. El efecto de paralizar una buena parte de la actividad económica se multiplica por sus efectos indirectos y pone en marcha un ciclo infernal” (Husson, ídem).
Esta circunstancia configura, como movimiento inicial, un evento que podríamos caracterizar como una “crisis de la oferta” en el sentido que la crisis inicia no solamente en la producción sino como subproducto de una decisión política –y no solo económica- en el sentido que los gobiernos se han visto obligados a confinar a la población y, por lo tanto, apagar las máquinas salvo en los servicios esenciales5.
En segundo lugar, lo específico de la crisis económica en curso es que tiene efectos acumulativos en el sentido que al entrar y salir del confinamiento países en temporalidades distintas, se afectan las cadenas de producción internacionales (“El comercio internacional ya se ha reducido considerablemente, pero corre el riesgo de reducirse aún más con interrupciones en las cadenas de suministro”, Husson, ídem).
Aquí también hay un elemento si se quiere nuevo que opera sobre la base de la globalización. Independientemente de cualesquiera sean los problemas en los últimos tiempos en este terreno, las últimas tres o cuatro décadas han dejado una estructura de la producción mundial –y del resto de la economía como un todo- mundializada, donde las cadenas de producción y de valorización son internacionales, interdependientes, unas dependiendo de las otras.
La crisis que estamos viviendo significa que unos países entran en cuarentana mientras otros salen y, hasta tanto no esté la vacuna, este desarrollo desigual y combinado, desacompasado, continuara. En la medida que mucha de la gran producción se lleva a cabo con mecanismos just in time, y que las cadenas de abastecimientos abarcan varios países, no es difícil pensar en la disfuncionalidad que significa y significará que unos países salgan de las cuarentenas mientras otros ingresen en ella (otra característica específica de la actual crisis): “El estallido actual ha interrumpido los suministros y quebrado las cadenas globales de valor. Se ha transparentado la gran dependencia mundial de los insumos fabricados en Oriente y la enorme incidencia de los sobrantes que acumula china” (Claudio Katz, “La pandemia que estremece al capitalismo, parte uno”).
Y, en el mismo sentido: “China se ha transformado, en los años recientes, en el más grande exportador de mercancías –y el más grande importador de materias primas. Controla el 40% de las exportaciones globales de ropa y textiles, y un tercio de las exportaciones globales de oficina, procesamiento de datos y equipos de telecomunicaciones, el 13% de las exportaciones de hierro y acero y el 14% de los componentes de circuitos electrónicos integrados. Sin embargo, China no es solamente una potencia exportadora; se ha colocado en el centro de la red global productiva, integrado en una escala regional y mundial. Esto es particularmente cierto en materia de producción electrónica.
En la medida que las cuarentenas se desarrollan y el cierre de fábricas se extiende por regiones como Zhejiang, Guangdong y Henan, las cadenas de abastecimientos para firmas como Apple son golpeadas. El gigante taiwanes, Foxcom, que manufactura iPhones para Apple, espera que en el primer cuatrimestre del año sus ingresos caigan un 45%. A través de toda China, el índice de compras manufactureras, un índice clave para medir la actividad, se espera sufra la peor contracción de todos los tiempos, peor que durante la crisis del 2008” (Joseph Choonara, “Socialism in a time of pandemics”, 22 de marzo 2020).
En tercer lugar, tenemos una crisis específica de la demanda. Este es otro desenvolvimiento de esta cadena exponencial de la crisis que sucede en un segundo o tercer momento. Conforme la economía se paraliza y aun a pesar de la asistencia monetaria estatal –que opera de manera muy desigual según los países-, los gastos eventualmente bajan en un primer momento más que los ingresos –algo paradójico- simplemente por la lentificación de los movimientos (aunque simultáneamente se incrementan otros consumos, Husson).
De cualquier manera, en la abrumadora mayoría de la clase obrera, casi inmediatamente golpea la pérdida del empleo, el recorte salarial o la lista y llana precariedad laboral. Las economías donde el trabajo está más flexibilizado, con el podio llevándoselo Estados Unidos, la destrucción del empleo se transforma en una lisa y llana “pandemia laboral”.
De ahí el despido de 26.000.000 de trabajadores durante las últimas semanas en EE.UU., algo que solamente puede ocurrir porque la famosa “creación de empleo de las presidencias de Obama y Trump”, evidentemente, no fue otra cosa que la creación de empleo precario, flexible6.
La pérdida acelerada del empleo, de los ingresos vía reducción salarial, la precarización de poblaciones laborales inmensas, de inmigrantes en oscuro, etcétera, revierten sobre la economía como una enorme crisis de la demanda como subproducto de la destrucción de las condiciones de trabajo -dicho en términos generales.
Así las cosas, lo que se tiene son una serie de eventos acumulativos que, para colmo, difícilmente puedan someterse a previsiones dado que la dinámica está dominada por un evento que se encuentra fuera de la economía como es la epidemia misma; un evento que no podrá finalizar sin vacuna y que, entonces, volverá a impactar sobre las sociedades una y otra vez hasta que esté la cura.
Esto mismo nos lleva a la evaluación de los economistas sobre la dinámica de la crisis. Muchos economistas del mainstream esperan que se viva una recuperación en V. Es decir: una caída vertical seguida de una recuperación no menos vertical.
Sin embargo, en esta evaluación hay dos factores muy simples que no se consideran. Primero, que nadie puede saber la duración del actual evento; mientras algunas sociedades están siendo “des-confinadas” otras vuelven a la cuarentena, lo que sin duda seguirá afectando la economía.
Segundo, hay que ver cuanta destrucción de capital deja la crisis –lo que dependerá de su duración7. Es decir, cuando la economía vuelva hay que ver con cuantas “unidades productivas” y cuántos empleos vuelve. Lógicamente, los que sobrevivan, las empresas que sobrevivan, ganarán. Pero en el ínterin, hay que apreciar sobre qué base productiva se vuelve; cuando tiempo tarda en recuperarse la inversión perdida. Y, más aun, cuánto tarda en volverse al multiplicador del crecimiento y la inversión anterior a la crisis –la tendencia en la cual se venía: “Los últimos diez años han sido similares a finales del siglo XIX. Y ahora parece que cualquier recuperación de la depresión pandémica será débil y producirá una futura expansión por debajo de la tendencia anterior [a la crisis del 2008]. Será otra etapa en la larga depresión que hemos experimentado durante los últimos diez años” (Michael Roberts, “La depresión pospandemica”, sinpermiso, 17/04/20).
Por estas mismas razones otros economistas hablan, más bien, de una recuperación en W en el sentido de una doble caída y una doble recuperación (es decir, acompañando las oleadas en que pegue el coronavirus). Incluso más: se habla de una recuperación en “dientes de serrucho” en el sentido de caídas y recuperaciones sucesivas sin que se pueda prever por anticipado cuál será realmente la dinámica.
El evento económico en total en la medida que afecta, en primer lugar, a las más grandes economías del mundo, es el de una depresión económica internacional (“Y es esta combinación –interacción potenciada entre la esfera de la producción y la circulación, y la esfera de las finanzas y el crédito- la que puede arrastrar a la economía global a la depresión”, Astarita, “¿Hacia una depresión global?”).
Muchísimo debate hubo en relación a la caracterización de la crisis del 2008, al que por los alances y límites de la caída se la terminó llamando, consensualmente, Gran Recesión.
Esto es así porque aun a pesar que muchos economistas terminaron caracterizándola como Larga depresión, el hecho es que la caída del 2008 en ningún caso alcanzó las magnitudes de la Gran depresión de los años ‘30.
Pero las cosas son diferentes –o podrían ser diferentes- en la crisis que estamos recorriendo hoy. Salvo que la vacuna para el Covid-19 aparezca rápidamente, el multiplicador de todos los elementos convergentes en la crisis, el encadenamiento sucesivo de una faceta de la crisis tras la otra, apunta a llevar al mundo a una depresión económica internacional: “El ir y venir de las políticas presupuestarias desincronizadas, combinándose con los flujos y reflujos de la epidemia tienen el riesgo de aportar su contribución a una recuperación dubitativa, en dientes de sierra” (Husson, ídem).
En este evento convergerían dos elementos de origen distinto. Por un lado, la pandemia como evento externo a la economía pero que impacta sobre ella. Pero por el otro, la dinámica “intrínseca” misma de la economía mundial con todos sus problemas de arrastre: centralmente, la dificultad en la recuperación de las tasas de ganancia que ha revertido en un bajo nivel histórico de inversión bruta fija de conjunto lo que está afectando en el nivel de aumento de la productividad que no logra volver a sus niveles históricos anteriores en las principales economías imperialistas.
Pero a esto se le suma un problema más: China ha venido siendo la principal historia de éxito económico capitalista de las últimas décadas. Sin embargo, y sin desmerecer la revolución industrial que ha vivido dicho país, el hecho material es que sus índices de crecimiento del 12% del PBI a lo largo de muchos años ya estaban a comienzos del 2020 en algo en torno al 6% y a partir de la actual pandemia se espera que China crezca este año nada más que el 2%…
Por otra parte, Estados Unidos venía siendo el único país imperialista tradicional –por así llamarlo- que logro crecer en algo desde el 2008. Mientras que la Unión Europea y Japón se han mantenido en niveles más que mediocres próximos a 0 o al 1%, Estados Unidos anduvo por algo en torno al 3% del producto, índice que se esperaba para este 2020.
A partir de la actual pandemia el producto yanqui cayó en el primer trimestre del 2020 algo en torno al 4.5% y se espera para el segundo trimestre un derrumbe del 20 o 30%, cifras sin parangón desde los años ’308 que deberán confirmarse. Incluso si lo que viene luego es una recuperación sin interrupciones y la pandemia no vuelve a golpear en el invierno boreal –el invierno en el norte del mundo- EE.UU. difícilmente esté por encima del 0 o 1% de crecimiento este año.
Y del mundo emergente o en desarrollo mejor no hablar porque venía debilitado ya antes de la pandemia. En estas condiciones, no se aprecia realmente cual podría ser la locomotora de arrastre que evite una gran depresión mundial: “Estamos asistiendo a un colapso de los precios de los productos básicos y a un colapso del comercio mundial diferente a todo lo que hemos visto desde la década de 1930’, ha afirmado Ken Rogoff, ex economista jefe del FMI” (Roberts, “La depresión pospandémica”).
El paquete de asistencia estatal por algo en torno a los 2 y 4 billones de dólares es histórico en los Estados Unidos. En los países de la Unión Europea la asistencia alcanza entre 1 y 2 billones. Sin embargo, estos paquetes malamente llegan a la economía real. En general, tienden a rellenar los baches en el mundo de las finanzas.
Simultáneamente, de momento no se ve que China se haya apresurado a declarar paquetes de asistencia estatal multitudinarios como ocurrió en el 2008. En aquella oportunidad se puso en marcha un histórico plan de obras públicas que dio lugar a conquistas como que China tenga hoy las líneas férreas de alta velocidad más extendidas del mundo y muchos otros desarrollos colosales9.
Sin embargo, es conocida la sobrecapacidad sin utilización que el gigante oriental ha desarrollado porque lo que, de momento, no se aprecian paquetes de esta magnitud.
Así las cosas, en ausencia de una locomotora que arrastre al conjunto, estaríamos ante otro tanto factor de depresión económica. La suma de tendencias agregadas tanto de los multiplicadores entre pandemia y economía como los encadenamientos económicos propiamente dichos, podrían estar llevando al mundo a una depresión económica internacional lo que sería un evento específico dentro del evento general de la pandemia mundial pero multiplicaría sus efectos en una crisis cuya magnitud es difícil todavía apreciar de manera concreta –magnitud y desenvolvimientos: “(…) domina la incertidumbre en el sentido en que Keynes hablaba de incertidumbre: no hay elementos para poder siquiera calcular probabilidades de cursos futuros. Nadie sabe, por ejemplo, cuánto se podrá extender el virus (…) o cómo se afectará la producción global en la medida en que se siga extendiendo.
Sin embargo, todo indicaría que sí se puede afirmar que se dan condiciones para una depresión global. Esencialmente porque la actual crisis se desarrolla sobre economías que nadan en un mar de deudas, debilidad de la inversión y crecientes desequilibrios” (Rolando Astarita, “¿Hacia una depresión global?”).
El arte de la política revolucionaria
Los que esperan que el neoliberalismo o el capitalismo terminen automáticamente, están equivocados. Si bien muchos gobiernos se han visto obligados a llevar adelante una mayor o menor asistencia monetaria directa a los trabajadores –el llamado “dinero helicóptero”-, esto no quiere decir que se haya avanzado en medidas estructurales que signifiquen conquistas duraderas para los de abajo; que se hayan otorgados nuevos derechos adquiridos.
La conciencia anticapitalista tiene más argumentos en la experiencia misma de amplios sectores de masas porque la pandemia está encadenada con la crisis ecológica. Sin embargo, ninguna conquista duradera se ha obtenido nunca sin lucha.
Las tendencias socio-políticas desencadenas por la crisis son contradictorias: algunas van para la derecha y otras para la izquierda. Pero lo que se puede anticipar es que vamos a un mundo más polarizado. Un mundo en el que presenciaremos seguramente -tarde o temprano- grandes luchas, de las que dependerá el desenlace de las cosas.
¿Cuál es la mecánica de fondo en estos desarrollos? El hecho material que al sacar ingentes masas de sus rutinas, la crisis pandémica y económica se trasladará al plano político y social.
Los tiempos en que se operen estos desarrollos se verán. En grandes conmociones habidas en el pasado como las guerras y depresión, los tiempos han sido más o menos “lentos”, pero al mismo tiempo muy profundos (es decir, han dado lugar a grandes ascensos de la lucha de clases y porque no revoluciones).
Si por un lado la cuarentena es una conquista política y social (la salud antes que la economía), por otra parte atrofia la movilización popular y permite el desarrollo de una serie de mecanismos de “Estado policial”.
Por otra parte, crecen por abajo las manifestaciones de solidaridad, ayuda mutua, reclamos y movilizaciones. La clase obrera mundial, la juventud y el movimiento de mujeres están vivos y harán su reaparición en cuanto se vaya despejando la bruma reaccionaria que introdujo la pandemia.
Este es un factor material clave a ser entendido por las nuevas generaciones que no tienen experiencia previa y que quizás se impresionen por los nuevos desarrollos. La lucha de clases es pendular y tiene como sustrato material las relaciones de explotación y opresión, que una y otra vez acicatean para salir a luchar. Esto no es algo “ideológico” sino material. De ahí que el impresionismo sea mal consejero en materia de militancia revolucionaria. A la realidad hay que verla de frente y enfrentarla tal cual es porque en todas las condiciones -más favorables o menos favorables- hay siempre puntos de apoyo para la acción que es el arte de la política revolucionaria saber encontrar10.
En total, hay una verdad marxista elemental que hoy se pone nuevamente sobre la mesa: la resultante de las tendencias agregadas dependen de la lucha de clases.
Y lo que podemos prever es que, tarde o temprano, esa lucha muy probablemente se incrementará. Lo más factible es la continuidad, corregida y aumentada por la magnitud de la crisis, de las tendencias hacia la polarización.
Una lucha de clases incrementada podría estar en el horizonte con la vuelta de las rebeliones populares, en la reemergencia de la nueva generación luchadora (ya hay ejemplos en Líbano y Hong Kong), en la reemergencia del movimiento de mujeres.
La pandemia ha puesto sobre la mesa que son los trabajadores y trabajadoras los que mueven el mundo. Mientras muchos están confinados, son los trabajadores y trabajadores de la salud, de las industrias esenciales, los recolectores de la basura, de entregas a domicilio, de los transportes, los que mantienen girando al mundo.
Esto es lo que hemos subrayado en nuestras recientes V Jornadas del Pensamiento Socialista. Y es un hecho que cuanto más conciencia tenga la clase obrera de esto, más podrá fortalecer las luchas que están en el porvenir: “(…) todo apunta a que en los próximos meses nos va a tocar defender maneras de poder encontrarnos físicamente, inventar o retomar espacios de discusión pública en estos tiempos difíciles en los que se darán muchas batallas decisivas.
Sin duda, todo lo anterior tendrá que hacerse con la idea en mente de minimizar los riesgos de contagio. Pero la vida digital no puede ser un sustituto permanente de la vida real, y los sucedáneos de debates que hoy se realizan por internet no podrán nunca reemplazar la presencia en carne y hueso y el diálogo a viva voz. Cada cual debe reflexionar desde este momento sobre el modo de defender el derecho de reunión (reuniones de vecinos, asambleas populares, manifestaciones), sin el cual los derechos políticos son imposibles y sin el cual es imposible construir una posición de fuerza, imprescindible para dar existencia a cualquier tipo de lucha” (Jorge Riechmann y Adrián Almazán, viento sur, 04/05/2011).
1 Es normal que el “catastrofismo” esté a la orden del día frente a semejantes desarrollos. Sin embargo, se trata de no perder la objetividad “tomándole la fiebre a la crisis” de la manera más científica y materialista que sea posible.
2 Un abordaje quizás exagerado pero sugerente en muchos aspectos es el que hace el antropólogo francés Jérome Baschet: “Los historiadores suelen afirmar que el siglo XX global comenzó en 1914, con el ciclo de las guerras mundiales. Es probable que mañana se considere que el siglo XXI ha comenzado en 2020 con la entrada en escena del SARS-CoV-2. Si bien lo que viene sigue bastante abierto, el encadenamiento de acontecimientos desatados por la propagación del coronavirus nos ofrece, de un modo acelerado, como una prueba de las catástrofes que no dejarán de intensificarse en un mundo convulsionado, marcado entre otros proceso por el calentamiento climático cuya trayectoria actual apunta hacia un aumento de tres o cuatro grados [en general, se habla de un calentamiento algo menor algo en torno a los 2 grados, R.S.].
Lo que se perfila bajo nuestros ojos es un estrecho entrelazamiento de múltiples factores de crisis que un elemento aleatorio, a la vez imprevisto y ampliamente anunciado, puede activar y desencadenar” (“Covid-19: el siglo XXI empieza ahora”, Revista Herramienta) -como subproducto de la irracionalidad capitalista que persigue las ganancias sin tener en cuenta las consecuencias materiales de sus actos, agregamos nosotros.
3 Citando a Astarita no se puede dejar de señalar, sin embargo, que a pesar de ser un investigador serio, su mirada siempre es medio “cíclica” y positivista del sistema. Sólo logra ver crisis repetitivas y el desarrollo de las fuerzas productivas, nunca las fuerzas destructivas del sistema.
4 A la derecha política y los negocios les hace mucho ruido el vector “la salud antes que la economía”, una definición que proviene, en definitiva, de las relaciones de fuerzas más generales históricas y que muestra, palmariamente, que el mundo no se encontraba en una “situación contrarrevolucionaria” como creían muchos analistas marxistas serios como, por ejemplo, Pierre Rousset. Más bien, venimos de una coyuntura reaccionaria –que actualmente se reafirma por la atrofia de la movilización popular- donde crecían en el 2019 las rebeliones populares. Veamos un ejemplo del llanto de los reaccionarios: “(…) es una locura cuando piensas hundir al mundo en la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial por una pandemia que por el momento ha matado menos de 100.000 personas (sin mencionar su edad avanzada) en un mundo de 7000 millones de habitantes” (Jean Quatremer, periodista del periódico francés Liberation, citado por Husson, ídem).
Por lo demás, los gobiernos reaccionarios como Trump y Bolsonaro no dejan de ser un peligro y comulgan más con lo que podría ser la concepción social-darwinista empírica de los negocios: ¡la economía siempre antes y por delante de la salud!
5 Esto nos lleva, nuevamente, a una digresión política: la contrarrevolución mundial llevó a un abordaje “eugenésico” de los asuntos donde el Estado decidía quien vivía y quien moría. Es evidente que actualmente nos encontramos lejísimo de dichas relaciones de fuerzas independientemente que los desarrollos generales venían siendo –y lo siguen siendo por ahora- reaccionarios. Pero de todos modos debe llevar a la reflexión la tendencia y / o obligación de la mayoría de los gobiernos a declarar cuarentenas a seguidas de la declaración de pandemia global de la OMS. Es evidente que algo pasa con las relaciones de fuerzas pero, en general, siquiera incluso el gobierno autoritario del PCCH en China y todos sus mecanismos de control reaccionario se bancan el espectáculo de ver camiones frigoríficos llevando en masa fallecidos a cementerios colapsados…
6 Probablemente Estados Unidos y China sean los países imperialistas o proto-imperialistas donde la protección laboral sea más deficiente.
7 Una crisis que se supera rápidamente puede ser capeada; una que se prolonga en el tiempo necesariamente deja el tendal.
8 “(…) En EE.UU., en los 43 meses que siguieron al estallido de la crisis en 1929, el producto real estadounidense cayó 33%, la producción industrial 53% y el desempleo llegó al 25% (Astarita, ídem), índices que nos sirven de parámetros para medir la actual crisis en curso. Señalemos, de paso, que las caídas del producto durante el 2008 en los países imperialistas orillaron el 5% y no más, y que el empleo se derrumbó el 25% en casos como el de España, pero no así en países poderosos como los Estados Unidos (ahora se habla que el desempleo en EE.UU. podría orillar este año el 30%; habrá que verlo). En total, las cifras no tuvieron el multiplicador de los años ’30 como sí podrían tenerlas hoy. Según Astarita, la producción global cayó en 2009 el 1.8% y el producto por habitante –en el mismo año- el 3%.
9 Además de las vías férreas más extendidas del mundo y más modernas con mayor recorrido de trenes bala, están alguno de los puentes más largos del mundo, la creación de ciudades enteras casi desde la nada –incluso muchas, todavía, en gran medidas deshabitadas- y sobreproducciones físicas por el estilo.
10 El marxista norteamericano Sam Gindin inicia a este respecto un artículo de manera muy aguda: “(…) eran tantas las cosas desacostumbradas que le habían sucedido a Alicia últimamente que había empezado a pensar que eran pocas las realmente imposibles” (Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, en “Estados Unidos. Perspectivas socialistas. El coronavirus y la crisis actual. Vientosur, 19/04/20).
11 Se trata este de un texto-manifiesto originado en corrientes de izquierda amplias de España y Francia que si tiene un giro romántico extremadamente unilateral en contra de las redes sociales, coloca correctamente la idea que no hay manera de reemplazar la lucha real.
Agreguemos que autores marxistas del mundo anglosajón como Mike Davis hacen un llamado semejante: “(…) el resto de nosotros tenemos un papel igualmente importante en las calles, comenzando ahora con las luchas contra los desahucios, los despidos y los empleadores que rechazan la compensación a trabajadores con licencia. (¿Miedo al contagio? Quédate a dos metros del próximo manifestante, y trasmitirá una imagen más poderosa en la televisión. Pero tenemos que recuperar las calles.) (“Coronavirus: en un año de peste”, izquierdaweb, 20/04/20).