Federico Dertaube
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Se cumplieron ayer, 22 de enero, 129 años del nacimiento del tal vez más controversial pensador marxista del siglo XX, el italiano Antonio Gramsci. Se trata, sin dudas, de uno de los autores de filosofía política más citados. Algunas de sus categorías (propias o no), tales como “hegemonía” o “sociedad civil”, se han convertido bajo la pluma de muchos ensayistas en una especia de taslismán, en un código propio de iniciados, en una clave con la que puede uno traspasar la puerta del círculo privilegiado de los opinólogos sociales reconocidos por el sello de la Academia. Que esas palabras tengan el mismo significado (o significados) que les daba el propio Gramsci es lo de menos. Ser “gramsciano” se ha convertido en un oficio de lo más respetable.

Para empeorar las cosas, la utilización académica de los conceptos del pensador sardo se ha vuelto tan elástica que sirve para justificar prácticamente cualquier orientación política e ideológica, sea reformista, “progresista” o abiertamente capitalista. Sus obras más importantes, más citadas y, a la vez, las más distorsionadas, son los riquísimos Cuadernos de la Cárcel. Escritos crípticamente para eludir la censura fascista en condiciones particularmente duras, en medio de su encarcelamiento impuesto por la dictadura de Benito Mussollini entre los años 20 y 30, son una monumental obra de filosofía política marxista. Podemos decir que Gramsci fue el gran generalizador, compendiador del qué hacer de la política marxista, la llamada por él filosofía de la praxis.

La utilización laxa de sus conceptos por parte de él mismo en los Cuadernos da lugar a muchas confusiones. No obstante, los principales responsables de la distorsión de su obra son los “gramscianos”, que pretenden convertirlo en una figura inofensiva. Podemos ponerle origen a esta historia, podemos ponerle nombre propio al primer responsable de esta operación que el propio Gramsci hubiera repudiado: Palmiro Togliatti, “Ercoli”. Esta figura nefasta, renegado estalinista del socialismo revolucionario, cumplió un rol contradictorio respecto a los Cuadernos al ser responsable de su primera publicación a la vez que de sus primeras distorsiones.

Parece redundante decirlo, pero Gramsci era marxista. Los Cuadernos de la Cárcel son un importante aporte a la generalización y sistematización de la filosofía y la política marxistas. Queremos aquí hacer un trazado general de la evolución de su pensamiento, intentar despejar algunos equívocos respecto a sus escritos. No pretendemos abarcar el conjunto de su obra. Queremos sí dar cuenta de su trayectoria política, de la evolución de su pensamiento como “praxis” política revolucionaria y, finalmente, intentar (en la medida en que esté a nuestro alcance) poner en su lugar algunos de sus principales aportes en los brillantes Cuadernos de la Cárcel. Consideramos esta una tarea importante para las organizaciones que siguen sosteniendo el tronco central de su estrategia, de la estrategia marxista: los partidos trotskistas.

El bienio rojo y la fundación del Partido Comunista de Italia

Antonio Gramsci se convirtió en dirigente político en la época más revolucionaria de la historia reciente, los años de la Primera Guerra Mundial y las décadas subsiguientes. Italia era, como Rusia, un “eslabón débil de la cadena imperialista”. Su desarrollo contradictorio estaba cruzado por un marcado contraste territorial: el norte industrializado y el sur agrario (Mezziogiorno o “Mediodía”). La unificación capitalista del país era un fenómeno reciente de menos de medio siglo encabezada por la monarquía de la Casa de Saboya. Con cierta complejidad y contradicciones (como la supervivencia de la influencia del Papa), la unificación convirtió a Italia en un país capitalista moderno. Gramsci definiría luego que el desarrollo del capitalismo del norte se realizaría sobre la base de la expoliación del sur agrario semi-feudal (en rápido proceso de transformación plenamente capitalista) y, sobre todo, su mayoría campesina. El régimen político era monárquico parlamentario con voto censatario, como en la mayoría de las potencias de la Europa de la época.

Gramsci pasó sus primeros años en el sur agrario del que era oriundo y su madurez personal y política la desarrolló en la ciudad emblema de la industria capitalista del norte, Turín. Allí se instaló para realizar sus estudios universitarios (nunca terminados) con una beca y vivió durante unos cuantos años en medio de la pobreza. El desarrollo del movimiento obrero era muy fuerte en la ciudad piamontesa. Está claro que este ambiente lo influenció fuertemente en su adhesión al marxismo.

En 1913 se afilió al Partido Socialista Italiano. Ese mismo año, el PSI obtuvo un resonante triunfo en las primeras elecciones en las que participaron sectores de masas más amplios que bajo anteriores reglamentaciones de sufragio, quedando en segundo lugar con algo más de 800 mil votos. El primer lugar fue para el partido clásico de la burguesía italiana encabezado por Giolitti, Presidente del Consejo de Ministros (del rey) y máxima figura política del capitalismo italiano de esos años. La influencia del PSI era mucho más que puramente parlamentaria. Hacia 1914 tenía un peso predominante en la CGL, la central obrera italiana de medio millón de miembros, alrededor de 50 mil afiliados y decenas de periódicos. En Turín, Gramsci comenzó su vida de dirigente político como periodista de Il Grido del Popolo (El Grito del Pueblo, órgano partidario local) y Avanti! (Adelante!, órgano central del partido con sede en Milán). En 1917 entró al Ejecutivo del PS torinés de forma provisoria para consagrarse definitivamente como dirigente en 1919.

Si bien la dirección partidaria tenía una fuerte influencia reformista (con su principal dirigente y fundador, Filippo Turatti, a la cabeza de esa tendencia) sus inercias de adaptación al régimen político burgués eran ciertamente menores que en la mayoría de la Segunda Internacional. Con el estallido de la Guerra imperialista de 1914 fue uno de los pocos partidos de la Internacional, junto a los rusos, en no defeccionar de las posiciones internacionalistas (aunque tuvieran un aspecto “amorfo”, como diría luego Trotsky) y mantuvo una posición de rechazo a la guerra. Italia ingresó a ella en el bando aliado tardía (1915) y débilmente, sin preparación militar y política suficiente. Según relata Angelo Tasca en su “El nacimiento del fascismo” la decisión fue tomada por tres personas, el rey y dos funcionarios, en un pacto secreto con los ingleses a espaldas del mismísimo Giolitti. Esta obra es ciertamente bastante mala en su descripción histórica y sus caracterizaciones, pero tiene algunos datos importantes que sirven para el estudio de la Italia del momento. Como en la mayoría de Europa, el final del conflicto fue traumático y significó un ascenso de enorme importancia del movimiento obrero y la lucha de clases más en general.

El bienio rojo y el PSI

No queremos aquí centrarnos en una descripción de los acontecimientos sino centrarnos en las ideas políticas desarrolladas por Gramsci como actor en ellos. Sin embargo, es imposible entender del todo la maduración política del dirigente revolucionario sin conocer los acontecimientos, al menos de forma general. Según Tasca, a la salida de la guerra Italia contaba con alrededor de medio millón de muertos, cientos de miles soldados a desmovilizar, una industria de guerra difícil de adaptar a la época de paz y enormes deudas producto de su poca preparación económica. Si bien era parte del bando imperialista ganador, poco rédito sacó de su participación en el conflicto europeo. La Revolución Rusa tuvo una influencia rápida entre los trabajadores del norte, incluso antes del triunfo de Octubre.

Según narra el propio Gramsci en su Informe al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista “El movimiento torinés de los Consejos de fábrica” de julio de 1920: “La noticia de la Revolución de Marzo en Rusia fue acogida en Turín con alegría indescriptible. Los obreros lloraban de emoción al recibir la noticia de que el zar había sido derrocado por los trabajadores de Petrogrado. Pero los trabajadores turineses no se dejaron burlar por la fraseología demagógica de Kerenski y los mencheviques. Cuando, en julio de 1917 llegó a Turín la delegación enviada por el Soviet de Petrogrado a la Europa occidental, los delegados Smirnov y Goldemberg, que se presentaron ante una muchedumbre de cincuenta mil obreros, fueron acogidos con ensordecedores gritos de ‘¡Viva Lenin!, ¡Vivan los bolcheviques!’”. Si bien la narración suena un poco exagerada, sin dudas da cuenta de una importante radicalización entre los obreros del Piamonte.

En 1919 se precipitan los acontecimientos. La situación económica es calamitosa, hay desabastecimiento y (sobre todo) un constante aumento de los precios. En el resto de Europa, la revolución parece imparable: la caída del Káiser, el levantamiento espartaquista y la proclamación de la “República soviética de Baviera” en Alemania, el PC recién conformado asume el poder (por un muy breve lapso) en Hungría, el Ejército Rojo libra una encarnizada batalla con la contrarrevolución blanca en Rusia, etc. En Italia se desata un proceso revolucionario que duraría algo más de dos años, el “Bienio Rojo”, cuyo punto más alto se dio en 1920-21 y cuya derrota culminaría con el ascenso del fascismo y la formación de Gobierno por parte de Mussolini en 1922.

Tasca hace una breve descripción de las luchas obreras a mediados de 1919: 200 mil huelguistas metalúrgicos en el Norte, 200 mil obreros agrícolas en las provincias de Novara y Pavía, los tipógrafos en Roma y Parma, los textiles en Como, los portuarios en Trieste… En cuanto a los campesinos del Mediodía, se da un fenómeno parecido (aunque de menor alcance) al ruso. Los soldados regresan a sus pueblos natales y exigen su derecho a la tierra. Surgen también asociaciones de ex combatientes que tienden a convertirse en verdaderas milicias populares. Si bien el movimiento es disperso y carece de unidad (tanto organizativa como ideológicamente), el Gobierno es incapaz de sofocarlo y la radicalización política se extiende por doquier. El giro a izquierda de amplias masas es tan fuerte que ni siquiera la demagogia del naciente fascismo se atreve a proclamar abiertamente sus verdaderas intenciones. El 23 de marzo de 1919, los “fascios” reunidos en Congreso, aprueban un programa que rechaza que Italia anexione nuevos territorios sin la venia de la Sociedad de Naciones. De los choques violentos de las bandas de Mussolini algunos años antes en defensa de la guerra y la expansión imperialista de Italia parece no quedar rastro. En realidad se preparan para tiempos mejores… que no tardarían en llegar.

Sin dudas, el punto más alto de este ascenso revolucionario fue la huelga general de Turín y el Piamonte de 1920. Durante algunos meses se desarrolla un proceso de golpes y contragolpes entre los obreros y los empresarios. Entre enero y marzo, los trabajadores ocupan las fábricas. Las tropas estatales intervienen y logran restaurar el control por algunos días. Los obreros ponen en cuestión la administración de la fábrica y surgen los Consejos de fábrica, verdaderos órganos de doble poder en los lugares de trabajo. La central patronal proclama el lock out. El proletariado pone bajo su control las empresas y entran en la lucha medio millón de trabajadores. Con los obreros de los talleres de FIAT como vanguardia, la propiedad capitalista es cuestionada como tal en el centro de la industria italiana. Ese fue el profundo significado de los Consejos de fábrica de Turín.

Para ese momento, según datos de Giusseppe Fiori en su libro “Vida de Antonio Gramsci”, el PSI  había pasado a contar con 300 mil miembros y la CGL unos dos millones. El crecimiento de sus organizaciones era imponente. Externamente, su crecimiento parecía venir acompañado de un fuerte giro a la izquierda. En el Congreso de Bolonia de Octubre de 1919, todas sus tendencias, sin excepción, reformistas y revolucionarias, votan por unanimidad la adhesión del partido a la Tercera Internacional, aceptando formalmente sus principios revolucionarios y la política bolchevique. Sin embargo, en los hechos ese partido jamás cumplió un papel revolucionario. Veamos cómo describió Trotsky su rol en los meses clave de 1920 en un discurso pronunciado en las sesiones del Tercer Congreso de la IC:

El Partido Socialista Italiano se encontraba después de la guerra bajo la influencia de la Internacional Comunista, como correspondía al gusto de las masas trabajadoras; pero su organización encontraba principalmente su poder en el centro y en la derecha. A fuerza de hacer la propaganda para la dictadura del proletariado, para el poder de los soviets, para el martillo y la hoz, para la Rusia de los soviets, etc., la clase trabajadora italiana, en su conjunto, toma todas esas palabras en serio y emprende el camino de la lucha abiertamente revolucionaria. En septiembre del año pasado se ocuparon talleres, fábricas, minas y grandes propiedades agrarias. Pero precisamente en este momento, en que debe sacar el partido todas las conclusiones políticas y prácticas de su propaganda, tiene miedo de sus responsabilidades, retrocede, deja al descubierto la retaguardia del proletariado, y las masas obreras caen bajo las hordas fascistas…”.

Los dirigentes del Consejo Nacional del PSI, formalmente revolucionario, se negaron a prestar ayuda a Turín. La aislaron. Todos los indicios históricos permiten pensar que la efervescencia que vivía el país podía significar que, con una acción decidida del PSI y la CGL, los obreros piamonteses podían triunfar y preparar así un profundo cuestionamiento del poder político capitalista. Pero la mayoría de su dirección defeccionó.

Sólo la tendencia encabezada por Gramsci, sin influencia fuera de Turín, entendió la potencialidad revolucionaria de los Consejos de Fábrica. Sólo ella comprendió el rol que un partido revolucionario podía y debía cumplir ahí. Esto nos lleva, entonces, a los dos problemas teórico-políticos que se plantearon esos años al interior del PSI. En primer lugar, el rol que ocupan en la lucha de clases organismos como los Consejos de Fábrica. En segundo lugar, la concepción profunda de qué es un partido revolucionario y de sus relaciones con el conjunto de su clase. Ambos problemas están, como veremos, indisolublemente ligados. Esta ligazón hace a cómo se concebían las relaciones entre el partido y los Consejos, a los que la mayoría del PSI decidió sencillamente darles la espalda.

Su respuesta a estos dos problemas, que abrieron una polémica abierta primero en el PSI y luego en el Partido Comunista, fue la entrada en escena de Gramsci como dirigente de proyección nacional (e internacional) de pleno derecho, pues su posición al respecto fue la única que sacó todas las conclusiones de la importancia de los acontecimientos. Sólo él compartió la conclusión política de la Internacional citada más arriba en palabras de Trotsky.

La fundación del Partido Comunista de Italia

La tendencia mayoritaria del PSI hacia 1920 era la encabezada por Giacinto Serrati. Se hacían llamar los “comunistas unitarios” porque se negaban a cumplir, sobre todo, una de las 21 condiciones que exigía la IC inspirada por Lenin para el ingreso de cualquier partido socialista en ella: la expulsión de los reformistas. Gramsci y su grupo (del que hablaremos un poco más abajo) eran partidarios de cumplir las condiciones de la IC como única forma de garantizar una auténtica conformación revolucionaria del partido en su acción. Sin embargo, la tendencia abrumadoramente mayoritaria partidaria de aplicar dichas condiciones era la encabezada por el ingeniero Amadeo Bordiga. El grupo influenciado por Gramsci era el agrupado en torno al periódico torinés L’Ordine Nuovo (El Nuevo Orden), los “ordinovistas”. Para entender la historia de la lucha de clases italiana de esos años hay que recordar estos tres nombres: Serrati, Bordiga y Gramsci.

Resumamos brevemente las posiciones políticas generales que disputaron estas tres tendencias. Serrati fue el principal responsable de la defección del Consejo Nacional del PSI en 1920. Como la mayoría del personal político dirigente de la Segunda Internacional socialdemócrata, su adaptación a las condiciones de “normalidad” de la pre-guerra lo habían convertido a él y a los dirigentes agrupados en torno suyo en un peso muerto en la situación revolucionaria posterior a la guerra. Adhiriendo de palabra a la revolución, no estaba dispuesto a transformar de pies a cabeza su partido en pos de esa tarea. Arrastraba el conservadurismo de un burócrata sin llegar a serlo plenamente. Como conclusión de la traición a los trabajadores piamonteses, la IC no reconoció como sección al PSI ni a la tendencia Serrati. En el Congreso de Livorno de Enero de 1921 se consuma la ruptura: los reformistas de Turatti obtendrían la representación de 14.695 afiliados; los centristas de Serrati, 93.038; los “comunistas puros” (Tendencias de Bordiga y Gramsci), 58.783. (Datos de la “Antología” de Antonio Gramsci, Editorial siglo XXI).

Quedaría así conformado un nuevo partido revolucionario, cuyo indiscutible referente y máximo inspirador era Amadeo Bordiga. Serían él y el PC italiano de los mayores exponentes de la tendencia “izquierdista” de la Internacional con la que tendrían que polemizar Lenin y Trotsky en diversas oportunidades. Se trataba de una expresión, en palabras de los dirigentes bolcheviques, “joven e inexperta”, de la ruptura con las tradiciones de la socialdemocracia. En el seno del PSI su tendencia se llamó “abstencionista”, por su cerrada negativa a participar de las elecciones o de cualquier organismo de masas que no estuviera a priori dirigido por el Partido. Los bordiguianos tuvieron una mayoría abrumadora en los órganos de dirección y en la base del PCd’I, con una representación menor de los “ordinovistas” gramscianos durante una serie de años.

Los “ordinovistas” estarían en minoría durante mucho tiempo. Tal era la situación que Gramsci muy raramente confrontó abiertamente con Bordiga en los primeros años del PC a pesar de no acordar de fondo con él en prácticamente nada. A contramano de esta situación desfavorable en Italia, la tendencia de Gramsci era la oficialmente respaldada por Lenin y Trotsky desde Rusia.

L’Ordine Nuovo y los Consejos de Fábrica

Como hemos dicho, en estas líneas queremos exponer por qué la diferencias tácticas entre Bordiga y Gramsci tenían en el fondo un contenido más profundo que la mera discusión de la conveniencia de participar de las elecciones burguesas o no, o si participar de un sindicato dirigido por reformistas, etc. La discusión fundamental era la noción de partido y su relación con el conjunto del proletariado. Este debate, de candente actualidad, tomó una primera forma en una discusión de tono casi doctrinaria entre Gramsci, Bordiga y Serrati todavía en el seno del PS unificado. Luego de la Revolución Rusa se abriría un interesante debate acerca de los Soviets italianos y qué forma podrían adquirir en la realidad peninsular, en su lucha de clases, en sus propias condiciones particulares.

Como es sabido, una de las primeras batallas teórico-programáticas de la nueva Internacional lanzada por los bolcheviques y todas sus tendencias revolucionarias afines fue la del nuevo tipo de Estado. Hasta ese momento, en el seno de la socialdemocracia, la doctrina “revolucionaria” oficial era muy ambigua al respecto y (muy resumidamente) implicaba una estrategia de “toma revolucionaria del poder”… a través del viejo aparato estatal capitalista. Esta concepción fue profundamente cuestionada por la experiencia de los Soviets en la Revolución Rusa y la difusión de las generalizaciones teóricas al respecto por parte de Lenin en “El Estado y la Revolución” y los primeros documentos de la IC. La idea de que había una tendencia internacional a la conformación de un nuevo tipo de aparato estatal surgido de la propia clase obrera se convirtió en sentido común entre los revolucionarios de todos los países.

Esa era, y fue hasta el día de su muerte, la posición de Gramsci, mal que les pese a los escribas chapuceros que pretenden apoyarse en él para combatir a Lenin y al marxismo “dogmático”. El revolucionario italiano buscaba, en las condiciones propias de la lucha de clases italiana, la versión local de los Soviets. Su búsqueda tenía un significado bien concreto: veía la necesidad de puntos de apoyo reales para concretar una revolución obrera y socialista en Italia. Todo lo demás es cháchara.

El artículo “El Programa de L’Ordine Nuovo” planteaba explícitamente el problema. Se preguntaba Gramsci: “¿Hay en Italia, como institución de la clase obrera, algo que pueda compararse con el Soviet, que tenga algo de su naturaleza? ¿Algo que nos autorice a afirmar: el Soviet es una forma universal, no es una institución rusa, exclusivamente rusa; el Soviet es la forma en la cual, en cualquier lugar en que haya proletarios en lucha por conquistar la autonomía industrial, la clase obrera manifiesta esa voluntad de emanciparse…?”. Y se contestaba a sí mismo: “Sí, existe en Italia, en Turín, un germen de gobierno obrero, un germen de Soviet; es la comisión interna…”. Como vemos, la formulación que le daba al asunto no deja demasiado lugar a las dudas.

Es interesante constatar la importante influencia que tuvieron las elaboraciones teóricas de L’Ordine Nuovo en el desarrollo de las comisiones internas hacia los más complejos Consejos de Fábrica. Se trata de un ejemplo clásico de la dialéctica entre la iniciativa de las masas en su propia lucha, por un lado; y la  política y teoría dirigente de un partido revolucionario, del otro; del carácter complementario de la lucha de clases “espontánea” y la intervención consciente del marxismo organizado en partido.

“Las comisiones internas son órganos de democracia obrera que hay que liberar de las limitaciones impuestas por los patrones, y a los que hay que infundir vida nueva y energía. Hoy las comisiones internas limitan el poder del capitalista en la fábrica y desarrollan funciones de arbitraje y disciplina. Desarrolladas y enriquecidas deberán ser mañana los órganos del poder proletario que sustituya al capitalista en todas sus funciones útiles de dirección y administración.

Desde ahora los obreros deberían proceder a la elección de vastas asambleas de delegados, seleccionados entre los compañeros mejores y más conscientes, bajo la consigna: ‘Todo el poder de la fábrica a los comités de fábrica’, coordinada con esta otra: ‘Todo el poder del estado a los consejos obreros y campesinos’.

Un vasto campo de propaganda concreta revolucionaria se abriría para los comunistas organizados en el partido y en los círculos de barrio. Los círculos, de acuerdo con las secciones de urbanas, deberían hacer un censo de las fuerzas obreras de la zona, y convertirse en sede del consejo de barrio de los delegados de fábrica, en el ganglio que anuda y centraliza todas las energías proletarias del barrio. Los sistemas electorales podrían variar según la importancia de las fábricas; pero habría que procurar elegir un delegado por cada quince obreros divididos por categorías (como se hace en las fábricas inglesas), llegando, por elecciones graduales, a un comité de delegados de fábrica que comprenda representantes de todo el complejo del trabajo (obreros, empleados, técnicos)…

El comité de barrio debería surgir de toda la clase trabajadora habitante de barrio, como un órgano legítimo y autorizado capaz de hacer respetar una disciplina, investido con el poder, espontáneamente delegado, de ordenar el cese de inmediato e integral de todo trabajo en la zona.

Los comités barriales se ampliarían en comisariados urbanos, controlados y disciplinados por el Partido Socialista y por los sindicatos de oficio.” (Gramsci, “Democracia Obrera”aparecido en L’Ordine Nuovo el 12 de Julio de 1919, Antología, Tomo I, Ed. siglo XXI)

Artículos como este tuvieron una muy importante influencia, haciendo del periódico que citamos un  órgano de influencia de masas en Turín en menos de un año y convirtiendo a Gramsci en una enorme referencia para los obreros torineses: “Togliatti, Terracini y yo fuimos invitados a celebrar conversaciones en los círculos educativos, en las asamblea de fábrica, fuimos invitados por las comisiones internas a discutir en reducidas comisiones de fiduciarios y administradores de las comisiones. Seguimos adelante; el problema del desarrollo de la comisión interna se convirtió en central, se convirtió en la idea de L’Ordine Nuovo; se presentaba como problema fundamental de la revolución obrera.. L’Ordine Nuovo se convirtió, para nosotros y para cuantos nos seguían, en ‘el periódico de los Consejos de fábrica’”. (Gamsci, “El Programa de  L’Ordine Nuovo”, Antología, Tomo I, Ed. siglo XXI)

Partiendo de su experiencia viva, los obreros torineses hicieron propio el plan organizativo propuesto por Gramsci apoyándose en la experiencia de los Soviets. Los Consejos de fábrica surgieron como un órgano de doble poder en algunas fábricas de vanguardia, luego se extendieron poniendo en cuestión el poder de los capitalistas en los lugares de trabajo de buena parte del norte italiano y en 1920 llegaron casi al estatus de “Soviets”, órganos de poder dual. Esta orientación gramsciana fue en muchos sentidos una auténtica política leninista. Los Soviets en Rusia no habían surgido conscientemente como órganos de poder, “brotaron” de la experiencia de lucha de las masas como “Consejos de huelga” en 1905 y se convirtieron en candidatos al poder porque la consigna “¡Todo el poder a los Soviets!” lanzada por los bolcheviques fue tomada como propia por los obreros rusos.

La posición de Bordiga frente a los Consejos de fábrica fue muy otra. En su polémica con L’Ordine Nuovo, sostenía:

“El sistema de representación proletaria debe estar enraizado en el conjunto del proceso técnico de producción. Este es un principio perfectamente válido, pero se corresponde a un estadio en el que el proletariado organiza la nueva economía después de haber tomado el poder (…) Incluso en el estadio que ha alcanzado Rusia, el tipo soviético de representación política (…) no empieza en los lugares de trabajo y los talleres fabriles, sino en el Soviet administrativo local…

El Consejo cumple su papel en un radio de acción algo diferente, en el del control obrero de la producción. En consecuencia, el Consejo fabril, basado en una representación para cada lugar de trabajo, no nomina la representación de la fábrica en el Soviet político-administrativo local: esta representación es electa de forma directa e independiente.”(Amadeo Bordiga, “Sobre el establecimiento de los Consejos Obreros en Italia”, Il Soviet, Enero/Febrero de 1920, Marxist Internet Archive versión en inglés, traducción nuestra)

Como vemos, la primera objeción de Bordiga respecto a entender a los Consejos de fábrica como un germen de órganos de doble poder tiene un fuerte sesgo organizativista. La sola diferencia organizativa entre los Soviets y los Consejos es suficiente para oponerlos lisa y llanamente. Sin embargo, el problema es más profundo.

(…) El control dentro de la fábrica tiene un significado revolucionario y de expropiación sólo después de que el poder central haya pasado a manos del proletariado. Mientras la fábrica siga protegida por el Estado burgués, el Consejo de fábrica no controla nada (…)

En conclusión: No nos oponemos al establecimiento de las Comisiones internas de fábrica si los propios trabajadores o sus organizaciones lo demandan. Pero insistimos en que la actividad del partido comunista debe estar basado en otro terreno, a saber, en la lucha por la conquista del poder político…”. (ídem)

Mientras Gramsci busca apoyarse en la realidad para elevar la actividad de la clase trabajadora a la lucha por el poder político, Bordiga pretende normativizar la lucha de clases en vez de ser parte de su vida real. Gramsci entiende el contenido dinámico de la lucha del proletariado y encuentra el contenido esencial y común de los Consejos fabriles y los Soviets: ambas son formas de autodeterminación de masas con diversos grados de desarrollo de la lucha de clases. Como se desprende de los textos citados más arriba, para los ordinovistas la lucha económica debía ser convertida en lucha política. Bordiga, en cambio, las oponía mecánicamente y sacaba sus conclusiones: Los Consejos de fábrica están para la lucha económica y no pueden cumplir ningún rol revolucionario hasta después de la toma del poder; la lucha política la lleva a cabo el partido y nadie más. El cerrado sectarismo bordiguiano impidió que la mayoría del PC actuara de un modo revolucionario en los acontecimientos. Para Gramsci, la consigna de control obrero de la producción (de tanto peso en 1920) era una palanca para la lucha por el poder. Para Bordiga era un obstáculo en la lucha por el poder, pues era una lucha “económica” y no “política”.

Digamos al pasar que la posición ordinovista-gramsciana converge con lo dicho por Trotsky en debates posteriores de la Oposición de Izquierda trotskista de Alemania alrededor de la consigna de control obrero de la producción:

“¿Qué régimen estatal corresponde al control obrero de la producción? Es obvio que el poder no está todavía en manos de los trabajadores, pues de otro modo no tendríamos el control obrero de la producción, sino el control de la producción por el estado obrero como introducción a un régimen de producción estatal basado en la nacionalización. De lo que estamos hablando es del control obrero bajo el régimen capitalista, bajo el poder de la burguesía…

Si la burguesía no es ya la dueña de la situación en su fábrica, si no es ya enteramente la dueña, de ahí se desprende que tampoco es ya enteramente dueña de su Estado. Esto significa que el régimen de dualidad de poder en las fábricas corresponde al régimen de dualidad de poder en el Estado.

Esta correspondencia, de todos modos, no debería ser entendida mecánicamente, esto es, no en el sentido de que la dualidad de poder en las empresas y la dualidad de poder en el Estado nazcan en un mismo y solo día. Un régimen avanzado de dualidad de poder, como una de las etapas altamente probables de la revolución proletaria en todos los países, puede desarrollarse de forma distinta en distintos países, a partir de elementos diversos. Así, por ejemplo, en ciertas circunstancias (una crisis económica profunda y persistente, un fuerte grado de organización de los trabajadores en las empresas, un partido revolucionario relativamente débil, un Estado relativamente fuerte manteniendo un fascismo vigoroso en reserva, etcétera) el control obrero sobre la producción puede ir considerablemente por delante del poder político dual desarrollado en un país.

En las condiciones señaladas a grandes rasgos más arriba, especialmente características de Alemania en estos momentos, la dualidad de poder en el país puede desarrollarse precisamente a partir del control obrero como fuente principal.” (Trotsky, “El control obrero de la producción”, Marxist Internet Archive en español)

Dejamos esto asentado para un debate que desarrollaremos en otro lugar: la supuesta oposición entre hegemonía y guerra de trincheras gramscianas, por un lado; y las posiciones atribuidas a Trotsky de “revolución permanente” y “guerra de maniobras”, por el otro.

Partido leninista: Gramsci vs. Bordiga

En las líneas políticas en disputa descritas más arriba había, de fondo, un debate sobre la concepción que se tenía acerca del partido revolucionario que era necesario construir y su relación con el conjunto del proletariado y las masas. Influenciados por la Revolución Rusa y la experiencia bolchevique, tanto Gramsci como Bordiga sostenían defender la misma concepción de partido que Lenin. Opinamos que Gramsci entendió el leninismo mucho más profundamente que Bordiga, quien asimiló sólo las formas externas del bolchevismo y el “partido de vanguardia”.

“Ya hoy es posible declarar que la figura histórica del Partido Socialista queda transformada por la constitución de los grupos comunistas: con esto se hace ya posible comprender la figura histórica del Partido Comunista ruso. El partido, en cuanto compuesto por obreros revolucionarios, lucha junto con la masa, se encuentra inmerso en la realidad de fuego que es la lucha revolucionaria; pero como encarna la doctrina marxista, la lucha es para los obreros del partido lucha consciente de un fin preciso y determinado, voluntad clara, disciplina preformada en las conciencias y en las voluntades. Los obreros del Partido son así en el Estado obrero una vanguardia industrial, del mismo modo que son una vanguardia revolucionaria en el período de la lucha por la instauración del poder proletario: el entusiasmo revolucionario se traslada ahora al campo de la producción.” (Gramsci en el artículo “Los Grupos Comunistas”, L-O-N del 17/08/1920, Antología, Tomo I, Ed. siglo XXI)

“… el partido de clase sólo puede incluir en sus filas a una parte de la clase misma, nunca a la totalidad ni tal vez siquiera a la mayoría de ella… Un partido vive allí donde existe una doctrina y un método de acción. Un partido es una escuela de pensamiento político y, en consecuencia, una organización de lucha. Su primera característica es el factor de la consciencia, la segunda el de la voluntad, o más precisamente el esfuerzo hacia un fin.” (Bordiga, “Partido y clase”, Rassegna Comunista nro 2, 15/04/1921, Marxist Internet Archive en inglés, traducción nuestra)

Como vemos, Gramsci y Bordiga partían formalmente de concepciones similares de lo que debía ser el Partido Comunista en construcción. Resaltemos la palabra “formalmente”. Ya hemos visto las enormes diferencias que los separaban en cuanto a la actitud a tomar frente a otros organismos surgidos de la clase obrera y sus luchas. Esta concepción hace a la esencia misma de las respectivas visiones político-teóricas de las relaciones entre el partido y las masas.

“En su lucha contra el poder burgués, el proletariado es representado por su partido de clase, incluso si éste está compuesto por no más que una minoría audaz. Los Soviets del mañana deben surgir de las delegaciones locales del Partido Comunista”. (Bordiga, “¿Es este el momento para formar Soviets?, Il Soviet, 21/09/1919, MIA en inglés)

El artículo que citamos deja bien plasmada la concepción bordiguiana, que era ampliamente mayoritaria en el comunismo italiano. “Quienes pueden representar al proletariado hoy, antes de que tome el poder mañana, son los trabajadores que son conscientes de esta eventualidad histórica; en otras palabras, los trabajadores que son miembros del Partido Comunista”. (Bordíga, ídem)

Estas líneas las escribió en abierta oposición a las tesis gramscianas de los Consejos de fábrica. Por esos años de una radicalización de lucha de las masas con epicentro en Turín, surgían nuevos dirigentes, caudillos de sus compañeros de trabajo fuertemente influenciados por el ala izquierda del PSI. Esta nueva dirección actuaba en estrecha colaboración con el Partido, pero no se identificaba enteramente con él. De esta colaboración apoyada en la lucha de masas surgieron los Consejos de fábrica. Bordiga concebía la revolución como un proceso lineal en el que las masas simplemente aceptarían la dirección del PC sin previa experiencia común en la lucha revolucionaria. Digamos al pasar que varios grupos trotskistas de hoy día (como el PO) son mucho más “bordiguianos” que “leninistas”. Por supuesto que la lucha de clases fue mucho más compleja. La evolución desigual de la consciencia de las masas impide que éstas simplemente lleguen de un golpe a la conclusión de que hay que ponerse bajo la dirección del partido.

Como vemos, la visión bordiguiana (y no leninista) del primer dirigente del PC italiano era en extremo sectaria. Todo lo que no surgiera de la iniciativa de los órganos directivos del partido merecía ser desechado. La visión leninista (mucho mejor comprendida por Gramsci) era que, si el partido era efectivamente la vanguardia de su clase, debía intervenir allí donde la clase nacía a una nueva vida, allí donde manifestaba su propia iniciativa política y organizativa en la lucha de clases. La dialéctica entre actividad de partido y actividad de su clase hace al proyecto leninista de partido.

Gramsci explicaría esta polémica años después, con las diferencias entre él y los “extremistas”, ya de carácter público:

“Consideramos que al definir el partido es hoy necesario subrayar el hecho de que es una ‘parte’ de la clase obrera, mientras que la extrema izquierda descuida y subestima este lado de la definición del partido, para dar, en cambio, importancia fundamental al hecho de que el partido es un ‘órgano’ de la clase obrera. Nuestra posición deriva del hecho de que consideramos que hay que dar el mayor relieve a la circunstancia de que el partido está unido a la clase obrera no sólo por vínculos ideológicos, sino también por lazos de carácter ‘físico’. Y esto está en estrecha relación con las tareas que deben atribuirse al partido respecto de la clase obrera.

Según la extrema izquierda, el proceso de formación del partido es un proceso ‘sintético’; para nosotros es, en cambio, un proceso de carácter histórico y político, estrechamente ligado con todo el desarrollo de la sociedad capitalista. La diversa concepción lleva a determinar de modo diverso la función y las tareas del partido. Todo el trabajo que el partido debe realizar para elevar el nivel político de las masas, para convencerlas y llevarlas al terreno de la lucha de clase revolucionaria, queda subestimado y obstaculizado por la errada concepción de la extrema izquierda, por la separación inicial que produce entre el partido y la clase obrera.” (Gramsci, “Intervención en la Comisión política preparatoria del III Congreso del PCI”, Antología, Ed. Siglo XXI)

Para Bordiga, que el partido fuera la vanguardia significaba lisa y llanamente que toda otra manifestación de actividad de lucha y vida política proletaria era insignificante y hasta peligrosa. Lo que iba del partido a la clase lo era todo, lo que iba de la clase al partido no era nada. Las consecuencias de esta orientación fueron graves. No sólo debilitó al partido en el movimiento de los Consejos de fábrica de Turín, aisló también a los comunistas de los campesinos del sur, entre los que el partido prácticamente no tenía influencia. Si lo vemos en retrospectiva, las cosas parecen casi ridículas. Mientras crecían las milicias fascistas de las Camisas Negras surgieron también los “Arditi del Popolo”, milicias de ex combatientes de la Guerra Mundial anti-fascistas que enfrentaron a las bandas de Mussolini. De su fundación participaron también militantes comunistas. Bordiga logró forzar la salida del PC de las filas de los “Arditi”, consumando un profundo asilamiento de los revolucionarios respecto de sectores de masas en lucha.

La ubicación de Gramsci fue categóricamente más “leninista”. Como hemos citado más arriba, él sostenía que el Partido debía orientar, organizar y disciplinar la lucha de las masas y los organismos surgidos de ella. Muchos intelectuales mentecatos que se tragaron con gusto apresurado las calumnias hacia Lenin, y que las vomitan en público con aún mayor agrado, creerán que Gramsci tuvo una posición propia y particular que ninguna influencia tuvo del dirigente de la IC. La evolución de la Revolución Rusa les resulta una catástrofe histórica nacida de la tinta impresa del “¿Qué hacer?”. Para desmitificar un poco, dediquemos algunas líneas a los debates entre los socialistas rusos. Con el surgimiento de los Soviets en 1905, varios dirigentes bolcheviques proponían darles la espalda a éstos planteando que, a priori, no eran revolucionarios ni socialistas. “Soviets o partido” llegaron a escribir en el periódico bolchevique. Lenin respondió en uno de sus trabajos más interesantes de la época de la primera Revolución Rusa, “Nuestras tareas y el soviet de diputados obreros”, diciendo que la única posición correcta era “Soviets y partido”. Parafraseando el debate entre los rusos, podemos decir que la fórmula de Gramsci sería “Consejos fabriles y partido”.

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